Pero en toda buena historia debe hacer un gran plot twist. A ver, ya saben que las relaciones sociales las llevo regular, digamos que soy selectiva, por no decir despreciable en muchos momentos. La distancia de seguridad obligatoria la llevo practicando toda la vida, igual que lo de no tocar barandillas y pomos. Durante esta semanas había conseguido mirar a los ojos e incluso sonreír a mis vecinos durante los aplausos de las 20h. Pero un día, todo cambió. Creo que recordar que el día se oscurecío, aparecieron unas nubes negras y sonó una risa malévola.
No sé cómo, tampoco voy a investigar el porqué, una buena tarde un señor con ínfulas de orador de verbena de principios de siglo XX, apareció en escena, megáfono en mano. Fue tímido al principio, como siempre sucede con este tipo de invasiones. Un resistiré después de los aplausos. Al día siguiente un buen Coyote Dax. Y así hasta crear su propio festival trasnochado y desfasado.
Una invasión de mi zona de seguridad auditiva y, sobre todo, de mi zona de calma, mi Fortaleza Roja. Ya estoy ideando un contraataque digno de una Khalessi, pero son pocos los medios técnicos de los que dispongo.